Doctrinas de la iglesia Iglesia de Cristo Pan De Vida Ministerios Ebenezer, Inc.

Iglesia de Cristo Pan De Vida Ministerios Ebenezer, Inc. acoge las siguientes declaraciones respecto a la verdad. La Biblia es nuestra única y suficiente norma de la fe y práctica habitual. Esta Declaración de Verdades Fundamentales simplemente está destinada a formar una base para el compañerismo entre nosotros (ej.: que todos hablemos lo mismo [I Corintios 1:10; Hechos 2:42]). No decimos que contiene toda la verdad bíblica, sino que satisface nuestras necesidades en cuanto a estas doctrinas fundamentales. No nos atrevemos a decir que la fraseología usada en esta Declaración de Verdades Fundamentales es inspirada ni que es la obra final acerca de la verdad bíblica. Sin embargo, estamos persuadidos de que es correcta y está de acuerdo con las Sagradas Escrituras para “compilar una historia de las cosas que entre nosotros son muy ciertas” (Lucas 1:1).

Las Escrituras mencionan frecuentemente el poder destructivo del alcohol. La embriaguez de Noé causó vergüenza a su familia (Génesis 9:20-27). La ebriedad de Lot resultó en una relación incestuosa con sus dos hijas (Génesis 19:30-38). En un estado de embriaguez, Jerjes (Asuero) buscó humillar a la Reina Vasti (Ester 1:9-22). El consumo del alcohol impide el juicio, enciende las pasiones e invita la violencia (Levítico 10:8-11; Proverbios 20:1; 23:29-35; 31:4-5).

Este es el tipo de amor de Dios en nosotros para con los demás, especialmente para con los creyentes. Juan 3:16 y Romanos 5:8 demuestran que el amor de Dios es sacrificial. Dado que esto es verdad, el amor divino, o sea el amor cristiano, también es ofrecerse en sacrificio. Cuando un creyente es controlado por el Espíritu Santo, el Espíritu Santo produce este amor en él (Gálatas 5:22-23; Romanos 5:5). El amor cristiano no depende de la persona amada; depende de la fuente. El amor divino agrada a Dios (II Juan 5-6). La idea principal del amor divino es sacrificarse por los demás: pensar en ellos primero y hacer por ellos lo que está conforme a la voluntad de Dios, junto con lo que sea necesario. Además, incluye la responsabilidad, que es rendir cuentas a Dios, a los principios doctrinales y al nivel de crecimiento espiritual propio; protección a los demás verbalmente (lo que decimos), mentalmente (nuestros pensamientos) y físicamente; control de sí mismo que se relaciona al sacrificio, responsabilidad y protección; y gratitud. Primera de Corintios 13:4-7 personifica el amor, diciendo lo que es y hace, y lo que no es y no hace. El amor de Dios se contrasta con el amor entre amigos que sólo se expresa a ciertas personas.

Dios creó a los ángeles para ser Sus siervos y mensajeros (Nehemías 9:6; Salmo 148:2; Hebreos 1:14). Satanás es un ángel caído que guió a un grupo de ángeles en una rebelión contra Dios (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:12-15). Él es el gran enemigo de Dios y el hombre, y los demonios son sus siervos en la maldad. Él y sus demonios serán castigados por la eternidad en el lago de fuego (Mateo 25:41; Apocalipsis 20:10).

El arrepentimiento es tomar la decisión de apartarse del pecado. No es una condición para la salvación; la fe en Cristo como Salvador es la única condición para la salvación (Juan 3:16; Hechos 16:31; Efesios 2:8-9).

Creemos que es la intención de nuestro Señor y Salvador Jesucristo alimentar a los hambrientos (Mateo 25:34-40; Isaías 58:7-8), cuidar a los pobres (Mateo 19:21; Salmo 112:9; II Corintios 9:6-9) y cuidar a las viudas y los huérfanos (Santiago 1:27). Creemos también que tal ministerio debe ser para Su Nombre hacia los santos así como hacia los incrédulos (Hebreos 6:10).

Los creyentes pueden ayunar siempre y cuando el motivo y la actitud sean correctos ante Dios: en humildad, reconociendo y expresando su necesidad y dependencia en Dios para su vida, con intercesión para los demás y sí mismo, y concentrándose en la voluntad de Dios y su ministerio para Él.

  • Para demostrar la humildad genuina, arrepentimiento, confesión del pecado y necesidad del Señor (I Samuel 7:6; Jeremías 36:9; Esdras 10:6; Nehemías 9:1-2; Joel 2:12; Daniel 9:2-20; 10:2-3).
  • Para orar por los demás, especialmente los que estén enfermos (Salmo 35:13; II Samuel 12:15-23).
  • Para pedir dirección y seguridad (Ester 4:3, 16; Esdras 8:21-31).
  • A la hora de su muerte (Jueces 20:26; I Samuel 31:13; II Samuel 1:12; 3:35).
  • Para concentrarse en el servicio para el Señor (Hechos 13:1-4; 14:23).

Creemos que el Nuevo Testamento nos enseña acerca de por lo menos tres bautismos. Primero, está el bautismo por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo (I Corintios 12:13) cuando el pecador arrepentido confía en Jesucristo como su Salvador. Segundo, está el bautismo en agua por inmersión para los creyentes solamente. Creemos que esto es una ordenanza de la iglesia, por la cual el creyente experimenta la realidad de ser crucificado con el Señor Jesucristo y resucitado con Él (Mateo 28:19-20; Romanos 6:3-6). Tercero, está la llenura o bautismo en el Espíritu Santo por el Señor Jesucristo, lo cual ocurre en el momento de la conversión o después. Creemos que el hablar en lenguas según el Espíritu nos da habilidad para expresarnos es prueba normativa de este bautismo. Además, creemos que por la continua sumisión del creyente al Espíritu Santo, su misma debilidad es transformada en fuerza para testificar para Jesucristo en poder y vivir según la voluntad de Dios (Hechos 1:5-6; 10:46; 11:28; 19:6).

El bautismo por inmersión se observará, según el mandato de las Escrituras, por todos los que se han arrepentido de sus pecados y han creído en el Señor Jesucristo para la salvación de su alma y que presentan claras pruebas de su salvación (Mateo 28:19; Hechos 2:38; Romanos 6:3-5; Colosenses 2:12). A las personas que se han convertido en partícipes de Cristo por fe en Su sangre derramada se les manda que se bauticen en agua (por inmersión) en Cristo. Con este acto de fe, participamos en la sepultura y la resurrección de Cristo y recibimos una circuncisión del corazón (Génesis 17:1-4; Juan 3:1-6; Romanos 2:28-29; I Pedro 3:18-22; I Juan 5:8).

El bautismo en el Espíritu Santo es una experiencia necesaria y vital para todo creyente, y es evidenciada por la señal inicial y física de hablar en otras lenguas según el Espíritu le da habilidad para expresarse. Los que buscan la plenitud del Espíritu deberán recibir oración para el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 8:15-17; 19:2-6).

“Carnalidad” viene de la palabra “carne,” para la palabra griega sarkikos, y por extensión frecuentemente se refiere al hombre que vive separado del poder y la Palabra de Dios, ya sea creyente o incrédulo. Cuando uno vive por su propio poder, está viviendo por su naturaleza humana caída, que obra por la carne o el cuerpo. Se dice que el creyente que vive por su naturaleza humana en lugar del Espíritu Santo es carnal. El texto central es I Corintios 3:1-3, donde los creyentes estaban viviendo como incrédulos y se les denomina carnales. Gálatas 5:16-21 expone el conflicto entre el Espíritu Santo y la carne y menciona algunas obras de la carne que son pecados. La carnalidad es lo opuesto a la espiritualidad. La confesión del pecado a Dios restaura al creyente a caminar en la luz, a la comunión (I Juan 1:1) y a andar por el Espíritu Santo (Gálatas 5).

La Cena del Señor es una ceremonia conmemorativa del pacto hecho con Dios por la sangre de Cristo. Es una continuación de la fiesta de las pascuas que Dios había mandado a Su pueblo de pacto a celebrar. Se les ha mandado participar a todos los que han entrado en pacto con Dios por la sangre de Cristo y se han bautizado en agua. La iglesia participa en la Cena del Señor como un cuerpo o familia, con cada socio de pacto en comunión añadiendo a la bienaventuranza de la experiencia (Éxodo 11, 12; Marcos 14:24; Lucas 22:19-20; I Corintios 10:16; 11:23-26).

La iglesia debe ser enseñada y guiada por los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros para que todo creyente vea y ejerza su ministerio sacerdotal y real, como está delineado en I Pedro 2:5, 9 y Apocalipsis 16. Este ministerio quíntuple es para enseñar y entrenar a su pueblo a hacer la obra del ministerio con madurez y la unidad de mente. Para trabajar con estos ministerios, habrá ancianos, diáconos, y hombres y mujeres de la iglesia que tienen dones (Romanos 12:3-8; I Corintios 12:12; Efesios 4:11-13; I Timoteo 3:2-12; Tito 2:1-15).

El Dios soberano reina sobre toda la creación, pero favorece a aquellos que están en una relación de fe con Él. Los traslada a Su reino por la gracia por medio de la fe (I Crónicos 29:11; Salmo 2; Jeremías 50:17-20; Daniel 4:17, 25, 32; Hageo 2:21-22; Lucas 8:22-36). Todos los creyentes son ciudadanos del Reino de Dios y a ellos se les ordena ser patrióticos hacia Su Reino (Filipenses 1:27; 3:20).

La obediencia de un hijo de Dios no se mide por la ropa que llevamos sino por nuestro caminar en el Espíritu. El creyente debe vestirse con pudor y simplicidad cristiana que se vuelve santidad, sin dejarse enredar en el orgullo del vestuario o conducta (Proverbios 29:23; I Timoteo 2:8-10; Santiago 4:6; I Pedro 3:3-4; I Juan 2:15-17; Gálatas 5:16).

La comunión con Dios enfatiza la relación de amistad con Dios el Padre y el Hijo. El pecado rompe esta comunión; la confesión del pecado restaura la comunión. Cuando un creyente está en comunión con Dios, colabora con Dios en el servicio y disfruta de una amistad íntima. Los pasajes centrales son I Juan 1 y Juan 13. Ya que el creyente ya no está caminando en las tinieblas (pecado), el Espíritu Santo también guía y controla al creyente, como se nos enseña en Gálatas 5. Juan 15:1-9 usa el término “permanecer,” que también se refiere a la comunión con Jesucristo.

La confirmación se administra por la imposición de manos del presbiterio para confirmar al creyente en la fe y el servicio de Cristo. Esto se hace después de que al creyente se le ha instruido y establecido en las doctrinas de Cristo (Juan 7:17; II Juan 9; Hechos 8:17; 14:21-23; 15:32, 41; 19:6, Gálatas 2:9, I Timoteo 5:24).

La contribución bíblica es dar de sí mismo y de las riquezas para Dios y Su obra, de manera voluntaria y por amor a Dios y Su obra. Pasajes centrales de la Escritura respecto a la contribución: Mateo 6:3-4; I Corintios 16:1-3; II Corintios 8-9; Gálatas 6:6-8; Filipenses 4:10-19, I Timoteo 5:8, 17-18; III Juan 5-8.

  1. Del mundo: Dios habló y así creó el mundo y todo lo que en él hay para su propio beneplácito y para que Sus criaturas lo disfruten (Apocalipsis 4:11; I Timoteo 6:17).
  2. Del hombre: Dios creó al hombre a Su imagen, según Génesis 1:26, como un ser tripartito que consta de un espíritu, alma (compuesto de la mente, la voluntad y las emociones) y un cuerpo.

El crecimiento espiritual se refiere al avance progresivo en la fe bíblica. Esto depende del ministerio del Espíritu Santo, la comunión, aprendizaje de la Palabra de Dios, la fe, pruebas y práctica (Efesios 4:12, 14-15; II Pedro 3:14-18, I Pedro 2:2, Hebreos 5:11-6:6).

La consagración de los niños es presentar un niño a Dios, así estableciendo un pacto entre Dios y los padres. Dios promete bendiciones y protección al niño cuyos padres lo crían fielmente en los servicios del Señor. Tal niño es santificado y es parte de la familia del pacto con Dios por la fe de sus padres hasta que alcance la edad de responsabilidad. En este momento llega a ser responsable como individuo ante Dios y se le manda arrepentirse (Salmo 34:11; Isaías 54:13; Mateo 19:14; Marcos 10:13-16; Lucas 18:15-16; I Corintios 7:14).

Las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento enseñan que el diezmar es el plan financiero de Dios para el soporte de Su obra. Todos los creyentes deben dar de estas maneras continuamente; esto es una expresión externa de la unidad de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, mientras se une para apoyar la obra del Señor (Malaquías 3:8-10; I Corintios 16:2; Génesis 28:22; Mateo 23:23; Deuteronomio 26; 14:28-29; 15:7-11; Números 18:8-11; Ezequiel 44; Proverbios 14:21; 29:7; Lucas 11:41; 12:33).

Los nueve dones del Espíritu establecidos en I Corintios 12 deben y tienen que operar en la iglesia para que se goce de la plenitud de Dios. Estos dones son impartidos por la soberanía del Espíritu Santo y solamente funcionan, o se operan, por el único y mismo Espíritu (I Corintios 12:11).

La economía bíblica es un sistema de libre empresa con posesión de propiedad privada, el derecho a acumular riquezas y tributación apropiada (Levítico 27:30-33; Proverbios 3:9; 6:6-11; 10:5; 10:11, 26; 13:22; 22:22; 24:30-34; Eclesiastés 5:18-20; Mateo 22:17-22).

Como cristianos, una de nuestras responsabilidades es asegurarnos de que nosotros y nuestros hijos seamos educados de la manera más agradable a Dios posible. Dios nos ha encomendado a los niños, y tendremos que rendir cuentas a Él por lo que hicimos con ellos (II Crónicos 17:9; Salmo 78:1; II Timoteo 3:16‐17; Romanos 1:20; Efesios 6:4; Juan 1:17).

La resurrección de los que han muerto (dormido) en Cristo y su arrebatamiento junto con los que estén vivos y que permanezcan hasta la venida del Señor es la inminente y bendita esperanza de la iglesia (I Tesalonicenses 4:16-17; Romanos 8:23; Tito 2:13; I Corintios 15:51).

Las Escrituras le atribuyen al Espíritu Santo los actos y atributos de un ser inteligente. Él guía, conoce, se mueve, da información, manda, prohíbe, envía y corrige, siendo la parte instrumental de la plenitud de la Deidad en la distribución amplia de los dones espirituales, y contra quien hasta se puede pecar (Juan 16:13; I Corintios 2:11; Génesis 1:2; Hechos 10:19; 13:2; 16:6; 13:4; Juan 16:8; Marcos 3:29; Hechos 7:51; Efesios 4:30; I Corintios 12).

Las obras de Dios se atribuyen al Espíritu Santo: la creación, inspiración, la dádiva de la vida y santificación (Job 33:4; II Pedro 1:21; I Pedro 3:18; I Corintios 6:11).

El ministerio del Espíritu Santo da énfasis a la función en nuestras vidas. Uno necesita al Espíritu Santo para vivir correctamente. Un creyente es o espiritual o carnal. El pecado personal lo saca a uno de la espiritualidad a la carnalidad. La confesión del pecado lo mueve a uno de vivir en la carne para vivir por el Espíritu Santo. Seguimos viviendo por el Espíritu Santo por medio de la fe. El creyente logra la espiritualidad cuando camina con el Espíritu, no contristando ni apagando al Espíritu (I Tesalonicenses 5:19; Efesios 4:30; Gálatas 5:16-6:1; I Juan 1).

El evangelismo, o sea la comunicación del mensaje de las Buenas Nuevas, incluye una advertencia, una explicación y un llamado. Dicho evangelismo incluye una advertencia a la gente acerca del pecado y las consecuencias del pecado (Juan 16:8; Hechos 24:25; Apocalipsis 20:11-15). Además, incluye una explicación del remedio de Dios para el pecado—el Evangelio (Hechos 8:29-35; Romanos 3:21-26; II Corintios 5:21)—e incluye el llamado claro al arrepentimiento (para que se vuelva del pecado a Dios) y creencia en el Evangelio por la fe (Marcos 1:15; Lucas 13:1-5; Hechos 17:29-31; Romanos 1:17; 10:9-13).

La familia es el primer y más importante salón de clase y campo de entrenamiento para la sociedad. La familia ofrece la seguridad, patrimonio y perpetuación de la moralidad sin la cual ninguna sociedad puede sobrevivir (Génesis 4:1-2; Efesios 6:1-4).

La Biblia nos manda no permitir que nada “domine” nuestro cuerpo. El fumar es innegable y fuertemente adictivo. La Escritura nos enseña cuidar nuestro cuerpo. “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo.” El fumar es indudablemente muy malo para su salud. Se ha comprobado que el fumar daña los pulmones y el corazón (1 Corintios 6:12; 6:19-20).

Nuestros primeros padres, en su condición original, eran rectos. Naturalmente preferían y deseaban obedecer a su Creador y no tenían ninguna preferencia ni deseo de transgredir Su voluntad, sino que hasta que Satanás les influyó y predispuso a desobedecer los mandamientos de Dios. Antes de eso, la única tendencia de su naturaleza era hacer justicia. Como consecuencia de su primera transgresión, la condición en la cual la posteridad de Adán entró al mundo es tan diferente a aquella condición de justicia y pureza que Adán tenía antes de la caída que no están dispuestos a obedecer a Dios, sino inclinados a hacer maldad. Por consiguiente, nadie puede convertirse en hijo de Dios en virtud de alguna cualidad de bondad natural o mera obra propia (Génesis 1:26-31; 3:1-7; Eclesiastés 7:29; Salmo 51:5; Juan 6:44; Romanos 5:12-21; I Corintios 2:14).

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la habitación de Dios por el Espíritu, con asignaciones divinas para el cumplimiento de su gran comisión. Cada creyente, nacido del Espíritu, forma una parte integral de la iglesia en general y está inscrito en el cielo (Efesios 1:22-23; 2:22; Hebreos 12:23).

Creemos que todos los que son unidos a Cristo Jesús por el nuevo nacimiento son miembros del pacto de la Iglesia Universal, o sea el Cuerpo de Cristo. También creemos que la congregación local de creyentes cristianos es divinamente instituida y que es el instrumento escogido de Dios para la propagación de la obra de Dios aquí en la tierra. Aunque apreciamos la obra de los grupos paraeclesiales, creemos que la iglesia local es el vehículo escogido de Dios para el evangelismo mundial e instrucción para los cristianos. Además, creemos en la unidad espiritual de todos los creyentes y en obrar conjuntamente con los demás que creen en la salvación por medio de la sangre derramada de Jesucristo para las causas del evangelismo, misiones y benevolencia (Mateo 16:16-18; Juan 17:21; Efesios 1:20-23; 4:3-10; Colosenses 3:14-15). La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la habitación de Dios por el Espíritu, con asignaciones divinas para el cumplimiento de su gran comisión y propósito. Cada creyente, nacido del Espíritu, forma una parte integral de la Iglesia del Primogénito, y su nombre está escrito en el cielo en el Libro de Vida del Cordero. Como tal, la Biblia revela que somos socios de pacto (miembros) el uno con el otro y que la base de nuestra comunión permanece en Cristo en el poder del Espíritu (Efesios 1:22; 2:19-22; Hebreos 12:23). Nuestro Señor ha proporcionado un ministerio divinamente llamado y bíblicamente ordenado para el triple fin de guiar a la iglesia en: (1) La evangelización del mundo; (2) La adoración a Dios; y (3) La edificación de un cuerpo de santos siendo perfeccionados a la imagen de Su Hijo (I Crónicas 16:29; Mateo 28:19-20; Marcos 16:15-20; Lucas 14:23; Juan 4:23-24; Efesios 4:11-16; Colosenses 1:28).

Nos adherimos a la simple creencia de que el poder, o unción, de cualquier otro atributo necesario se puede transmitir cuando una persona toca a otra persona. El sacerdocio levítico fue el primero en practicar esto (Números 8:10-11, 27:22-23). Jesucristo lo ponía en práctica como una bendición (Marcos 10:13-16); Él y otros lo hacían para la sanidad (Marcos 5:22-23; 16:18; Hechos 14:3; 19:11-12; 28:8; Lucas 4:40), para conferir un oficio (Hechos 8:16-18), para que uno reciba la unción (I Timoteo 4:14) y para la ordenación (I Timoteo 4:14). Creemos en la doctrina de imposición de manos para:

  1. La confirmación de creyentes para que se comprometan y ministren en la iglesia local.
  2. La confirmación del llamado de uno por Dios para un ministerio particular en la iglesia local (Hechos 13:1-3).
  3. Impartir dones espirituales (I Timoteo 4:14; II Timoteo 1:6).
  4. La experiencia del bautismo del Espíritu Santo (Hechos 8:17-18).
  5. El ministerio de sanar a los enfermos por el Señor Jesucristo (Marcos 16:16).
  6. La bendición y consagración de los niños al Señor (Marcos 10:16).

Creemos también que, en obediencia a las Sagradas Escrituras, no se debe imponer las manos sobre nadie con ligereza, sino que la imposición de manos confirma un ministerio que ya se puede observar y se ha comprobado (I Timoteo 5:22).

Jesús nació milagrosamente de la virgen María (Mateo 1:23; Lucas 1:31, 35). Llevó una vida sin pecado (Hebreos 7:26; I Pedro 2:22). Él entró al mundo para salvar al hombre de la culpabilidad y condenación del pecado (Juan 3:16), derramando Su sangre como expiación (I Corintios 15:3; II Corintios 5:21) y la ha puesto a disposición de todos los que ejercen fe en Él. Resucitó de entre los muertos (Mateo 28:6; Lucas 24:39; I Corintios 15:4). Ha sido exaltado a la diestra de Dios (Hechos 1:9, 11; 2:33; Filipenses 2:9-11; Hebreos 1-3). Sus nombres, atributos y obras comprueban Su divinidad (Juan 1:14; Lucas 1:26-35; Hechos 4:12; 16:31). Actualmente está sentado a la diestra de Dios el Padre, intercediendo por Sus redimidos. Además, reconocemos a Jesucristo como Señor sobre todo lo que hay en el Cielo, en la Tierra y debajo de la Tierra (Juan 1:12-14; I Timoteo 3:16; Hechos 7:37-38; Filipenses 2:9-10; Hebreos 7:25).

 
 
 
 

Creemos que, al momento de la muerte, el espíritu y alma de aquellos que han confiado en el Señor Jesucristo pasan inmediatamente a Su presencia y allí se quedan en gozo consciente hasta la resurrección del cuerpo glorificado cuando Jesucristo viene por los Suyos, con lo cual el alma y cuerpo reunidos estarán con Él para siempre en la gloria. Pero el espíritu y alma de los incrédulos, después de la muerte, quedan conscientes de la condenación y tormento hasta el juicio final del Gran Trono Blanco cuando el alma y cuerpo, reunidos, serán echados en el lago de fuego, no para la aniquilación sino para ser castigados con la destrucción eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder (Lucas 16:19-26; 23:42; II Corintios 5:8; Filipenses 1:23; II Tesalonicenses 1:7-8; Judas 6-7; Apocalipsis 20:11-15).

Habrá un juicio final en el cual los muertos impíos serán levantados y serán juzgados según sus obras. Y el que no se encuentra inscrito en el Libro de la Vida, junto con el diablo y sus ángeles, la bestia y el falso profeta, serán consignados al castigo eterno en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Mateo 25:46; Marcos 9:43-48; Apocalipsis 19:20; 20:11-15; 21:8).

La justificación es el acto legal por el cual Dios declara al pecador inocente de sus pecados. No es que ahora el pecador ya no tiene pecado, sino que se le ha declarado sin pecado. Esta declaración de justicia significa que la persona está justificada ante Dios. Dicha justificación se basa en la sangre derramada de Jesús: “…habiendo sido ahora justificados por Su sangre…” (Romanos 5:9) porque Jesucristo fue crucificado, murió, fue sepultado y resucitó (I Corintios 15:1-4). Dios atribuyó (acreditó a nuestra cuenta) la justicia de Cristo a nosotros en el mismo momento en que nuestros pecados fueron imputados a Cristo cuando Él estaba en la cruz. Por eso dice en I Pedro 2:24, “El mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fuisteis sanados.” Además, II Corintios 5:21 dice, “Al que no conoció pecado, Le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.” Adicionalmente, somos justificados por la fe (Romanos 5:1) aparte de las obras de la Ley (Romanos 3:28).

La Ley consta de lo que se debe y no se debe hacer en cuanto a la conducta moral. Dios dio la Ley para que la gente tenga una guía para la vida y pautas por las cuales pueda reconocer la pureza de Dios y su pecaminosidad. Hay 613 mandamientos en el Antiguo Testamento, los cuales gobiernan la conducta moral, judicial y religiosa. La Ley es un reflejo del carácter de Dios, porque la Ley viene del propio corazón de Dios. Ya que no es posible que acatemos la Ley y así ganar nuestra posición con Dios, necesitamos que se nos dé la santidad de Dios porque simplemente no hay ninguna manera que podamos alcanzar el estándar de Dios. Por lo tanto, “… la ley ha venido a ser nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe” (Gálatas 3:24).

La necesidad de liberación se manifiesta por la incapacidad de ser libre de la esclavitud (e.j.: mental [emocional], física o espiritualmente, que normalmente se relaciona con la actividad de demonios). El deseo de Dios es libertar a Su pueblo (Job 5:19; Salmo 91:3; II Timoteo 4:18; Hebreos 2:15; II Pedro 2:9). Se nos ha otorgado a nosotros la autoridad en el Nombre de Jesús para libertar a los demás (Marcos 16:17; Juan 14:12; I Corintios 12:8-11). Debemos entender que nuestra guerra es contra las huestes espirituales de maldad (Efesios 6:12), nuestra arma es la Palabra de Dios, nuestra autoridad y poder provienen de Jesucristo mismo (Marcos 16:17; Hechos 1:8) y el campo de batalla está en las regiones celestiales (Efesios 6:10-18; II Corintios 10:3-5; Romanos 8:9; Gálatas 5:22-23).

La libertad incluye la privacidad y responsabilidad personal, y es la aplicación directa de la soberanía de Dios y volición humana. La Biblia enseña ambas, la libertad espiritual y la libertad humana (Juan 8:31-36). Dios creó al hombre a Su imagen; por lo tanto, recibió la volición y libertad moral, con el resultado de que fue creado para vivir en libertad: para vivir con un libre albedrío o libertad (Génesis 1:26-31). El ejercicio de la libertad requiere que las personas libres otorguen libertad y privacidad a los demás. Así que, la responsabilidad personal va a la par con la libertad. La tiranía y esclavitud muchas veces ocurrieron debido a la naturaleza pecaminosa del hombre, pero era la voluntad de Dios que la libertad humana prevaleciera. Por ejemplo, cuando un israelita (hombre o mujer) fuera esclavizado, un pariente podría redimirlo en cualquier momento. Si no lo redimiera, debería salir libre al séptimo año sin pagar nada, abastecido con un regalo de ganado y fruta (Éxodo 21:2; Deuteronomio 15:12–15).

Dios creó el matrimonio (Génesis 2:22). Es un pacto hecho entre un hombre y una mujer que los une (Génesis 2:24). El pacto matrimonial requiere que las partes casadas sean fieles, que se amen y que se ayuden el uno al otro mientras los dos vivan (Marcos 10:3-10). Los cristianos no deben casarse con incrédulos (II Corintios 6:14-18). Aquellos a quienes el Señor ha guiado a unirse deben, después de recibir consejos del pastor respecto a lo que Dios requiere de ellos, unirse en matrimonio cristiano (Malaquías 2:13-16; Mateo 5:32; 19:5-6, 9; Romanos 7:2-3; I Corintios 7:10-11, 15; II Corintios 6:14; Efesios 5:22-23). La iglesia observa la ceremonia de matrimonio como santa y apartada para el Señor. Es una ceremonia religiosa y no se puede celebrar en esta iglesia sin la consideración pastoral. Cualquier pareja que desee celebrar su boda en esta iglesia debe someterse primero a la consejería pastoral aprobada por esta iglesia. La pareja también debe tener un estilo de vida conforme a los puntos de vista doctrinales de esta iglesia.

La Biblia enseña que los miembros del pacto de la orden levítica debían ser pagados de los diezmos y ofrendas (Números 18:21-24; Deuteronomio 12:19; 18:1-2) que la gente presentaba a los siervos de Dios en la iglesia. La iglesia cree que la Palabra de Dios estipula que las funciones sacerdotales que han de ser realizadas por los levitas son: (a) El cuidado del santuario (Números 1:49-53; 18:2-4; I Crónicas 6:48; 23:27-32); (b) Ujieres en el templo (I Crónicas 9:17-27; 26:12-19); (c) Tesoreros (I Crónicas 26:26-28); (d) Cantores (I Crónicas 9:33-34); (e) Instructores de la ley (Levítico 10:10; Ezequiel 44:24); (f) Ayudantes para los sacerdotes (Números 3:9; I Crónicas 23:28-32); (g) Secretarios (I Crónicas 2:55; II Crónicas 34:13); (h) Encargados de construir y reparar el templo (I Crónicas 23:2-4; Esdras 3:8-9); (i) Los que consultan a Dios (Éxodo 28:30, Números 27:21, Esdras 2:63, Nehemías 7:65); (j) Ministros ante el arca (I Crónicas 16:4); (k) Músicos (I Crónicas 15:16; 16:42);(l) Protectores del tabernáculo (Números 1:53); (m) Ministros de Dios (Números 3:12, 39-49); (n) Los que oran (II Crónicas 30:27; I Crónicas 23:30); (o) Maestros (II Crónicas 35:3, Nehemías 8:9); (p) Adoradores (II Crónicas 8:14); y (q) Instrumentistas de música de adoración (II Crónicas 5:12; 7:6; 29:30; 30:15-27). Por lo tanto, todas las personas que participan en las funciones levíticas arriba mencionadas en la iglesia serán candidatos para ser aceptados en el ministerio y reunirán los requisitos para recibir una distribución levítica de la iglesia. El pastor principal, con el asesoramiento de la junta directiva, determinará la cantidad de tal distribución.

Las misiones son toda la tarea, empeño y programa de la Iglesia de Jesucristo para cruzar los límites geográficos y culturales al enviar misioneros para evangelizar a la gente que nunca ha oído o que tiene poca oportunidad de oír el Evangelio de la salvación.

Como resultado del pecado original, toda la humanidad está sujeta a la muerte del cuerpo. El alma no se muere con el cuerpo, sino que entra inmediatamente después de la muerte en un estado consciente de felicidad o tormenta, conforme al carácter aquí poseído, ya sea por el rechazo o la aceptación del Salvador (Romanos 5:12; Eclesiastés 12:7; Filipenses 1:23).

Creemos que la consumación de los siglos se está acercando rápidamente (I Pedro 4:7). Creemos en “La Bendita Esperanza,” el regreso inminente en persona de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (Hechos 1:11; I Tesalonicenses 4:13-18). Creemos en la resurrección corporal de los justos y de los injustos, en la bienaventuranza eterna de los salvos y en el castigo perpetuo de los perdidos sin Cristo (Hechos 24:15; Mateo 24:31-46; Apocalipsis 22:11).

La música y canciones son producto de, reflejo de, y apreciación por la Palabra de Dios, Sus obras y Su persona dentro del creyente. La música bíblica honra a Dios, enseña la doctrina bíblica y ayuda a uno a recordarla, y anima a la gente. Dicha música bíblica expresa los pensamientos, el libre albedrío, las emociones, la consciencia y la auto conciencia, pero especialmente une la doctrina aprendida en el alma y espíritu humano con la emoción del alma y espíritu humano. En la asamblea de la iglesia, el ministerio de música prepara a la congregación para recibir el ministerio de la Palabra de Dios (Salmo 30:4, Salmo 57:9, Colosenses 3:16, I Crónicas 15:16; 25:1, Éxodo 15:1-18, I Samuel 16:23, Hechos 16:25, Santiago 5:13).

Era el plan de Dios que la gente viviera en grupos llamados naciones. Dichas naciones tendrían culturas similares, incluyendo el idioma, geografía y patrimonio. Cada una de estas distinciones nacionales aporta un equilibrio de poder entre las naciones y protege contra un poder monolítico sobre muchos grupos. Podemos ver en Génesis 10 y 11 los comienzos de gobernanza humana en la civilización pos-diluvio (Génesis 10:32-11:9; Hechos 17:26-27).

Este es el nuevo testamento de la edad mesiánica en la cual la ley de Dios se escribe en el corazón de los hombres (Jeremías 31:31, 33). Fue prometido en el Edén (Génesis 3:15), fue proclamado a Abraham (Génesis 12:3) y se cumplió en Cristo (Lucas 1:68-79).

Nosotros, de acuerdo con Su promesa, “esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (II Pedro 3:13; Apocalipsis 21:22).

La Biblia relata que aquellos que Dios ha escogido para una obra específica deben ser reconocidos por designación y ordenación para la obra (Marcos 3:13-15; I Crónicas 9:22; II Crónicas 11:15; 23:18; I Corintios 7:17; Tito 1:5; I Timoteo 2:7). Así se deben poner en orden en su función como levitas para el ministerio de la obra, y para que aquellos que están en la iglesia sepan y reciban a las personas que tienen un puesto en la obra del ministerio.

  1. Bautismo en agua: Creemos que se nos ha mandado a todo creyente el bautismo en agua y que esto es un requisito necesario para continuar a la madurez espiritual. Cuando se hace por fe, es el medio por el cual aquellos que han sido justificados por la fe en la sangre de Jesucristo reciben la circuncisión del corazón, son hechos partícipes en la muerte y resurrección de Cristo, y así son libertados del dominio y reino del pecado. La ordenanza del bautismo es ser sepultado con Cristo y se debe cumplir según las Escrituras, cuando sea posible físicamente, por todos aquellos que se han arrepentido y verdaderamente han creído del corazón en Cristo como su Señor y Salvador. El método del bautismo será por la inmersión. De esta forma declaran al mundo que han muerto con Jesús y que también han resucitado con Él para caminar en novedad de vida. Es la circuncisión del corazón por la fe y la obra del Espíritu de Dios. El bautizarse en agua es tomar una gran responsabilidad porque, al hacerlo, la persona está comprometiéndose eternamente a Dios (Mateo 28:19-20; Hechos 10:47-48; Colosenses 2:11-12).
  2. La Cena del Señor: La Cena del Señor, cuyos elementos son el pan y la fruta de la viña, es el símbolo que expresa nuestra participación en la naturaleza divina de nuestro Señor Jesucristo, una conmemoración de Su sufrimiento y muerte, y una profecía de Su segunda venida. Esto se exige de todos los creyentes “hasta que Él venga” (Juan 6:48, 51, 53-57; Lucas 22:19-20; I Corintios 2:11-12).
 
 
 
 

El Pacto Eterno lleva al Pacto de la Gracia. Mientras que el Pacto Eterno fue hecho entre el Padre y el Hijo, el Pacto de la Gracia fue hecho entre Dios y el hombre. En este pacto postrero, Dios le promete al hombre la salvación eterna basada en el sacrificio de Jesús en la cruz. La manifestación de ese pacto ocurre en nuestro mundo mediante una secuencia de pactos adicionales que Dios hizo con individuos: Adán (Génesis 2:15‐17), Noé (Génesis 9:12-16), Abraham (Génesis 17), los israelitas en el Monte Sinaí (Éxodo 34:28) y los creyentes en el Nuevo Pacto (Jeremías 31:31-37).

Creemos que las Sagradas Escrituras, que constan del Antiguo y Nuevo Testamentos, se escribieron por hombres santos e inspirados por el Espíritu Santo, y constituyen la Palabra de Dios revelada al hombre. Son la regla y guía suficiente e infalible para la salvación y toda adoración y servicio cristiano (II Pedro 1:20-21; II Timoteo 3:15-17; I Tesalonicenses 2:13). La Biblia es la Palabra de Dios inspirada, igualmente en todas sus partes y en su totalidad; es completamente sin defecto en los manuscritos originales. Es la revelación suprema proveniente de Dios y concerniente a Dios, superior a la consciencia y a la razón, pero no contrario a ellos; y por lo tanto es nuestra regla infalible en toda manera. Todas las Escrituras se enfocan en el Señor Jesucristo; así que no se puede leer ni entender adecuadamente ninguna porción hasta que le guíen a Él.

La ciencia es apenas solo el campo del descubrimiento que categoriza, descubre y utiliza el conocimiento entretejido en el universo por un Creador Soberano, Todopoderoso y Omnisciente. La ciencia no es la culminación de todas las cosas, sino solamente una manera en la cual el hombre puede glorificar a Dios. Esto es porque Dios es el Creador de todo lo que existe. Él ha escondido los tesoros de Su asombrosa gloria en el mismo universo donde existimos. El poder en el átomo, la velocidad, la masa, la energía, el tiempo, etc., fueron creados por Dios, y por lo tanto, están bajo Su autoridad. Mientras más el cristiano aprenda de estas cosas, más puede glorificar a Dios. La ciencia debe estar subordinada a Él, no al revés. La ciencia no reemplaza a Dios. Esto no quiere decir que la ciencia vindica la Biblia; al contrario, la Biblia vindica la ciencia (Génesis 7:11; 15:5; 8:22, 28; Isaías 40:22; Job 26:7-8; II Samuel 22:16; Salmo 8:1, 3, 6, 8; 102:25-26; Eclesiastés 1:6-7).

Todos los creyentes tienen el derecho a, y deben esperar con fervor y con sinceridad buscar, la Promesa del Padre, o sea el bautismo en el Espíritu Santo y fuego, según el mandamiento de nuestro Señor Jesucristo. Esta era la experiencia usual en la iglesia cristiana primitiva. Está acompañado por el don de poder para la vida y servicio, junto con el otorgamiento de los dones espirituales y sus usos en la obra del ministerio (Lucas 24:49; Hechos 1:4-5; I Corintios 12:1-31). Esta maravillosa experiencia es distinta y posterior a la experiencia del nuevo nacimiento (Hechos 2:38; 10:44-46; 11:14-16; 15:7-8).

Creemos que el Evangelio del Reino es la respuesta absoluta de Dios para toda necesidad y prosperidad total del hombre AHORA MISMO:

  1. Espiritualmente: Juan 3:3, 11; II Corintios 5:17-21; Romanos 10:9-10
  2. Mentalmente: II Timoteo 1:7; Romanos 12:2; Isaías 26:3
  3. Físicamente: Isaías 53:4-5; Mateo 8:17; I Pedro 2:24
  4. Financieramente: III Juan 2; Malaquías 3:10-11; Lucas 6:38; II Corintios 9:6-10; Deuteronomio 28:1-14
  5. Socialmente: Proverbios 3:4; I Samuel 2:26; Romanos 14:18; II Corintios 8:21

La segunda venida de Cristo incluye el arrebatamiento de los santos, que es nuestra esperanza bienaventurada, seguido por el regreso visible de Cristo con Sus santos para reinar en la tierra por mil años (Zacarías 14:5; Mateo 24:27, 30; Apocalipsis 1:7; 19:11-14; 20:1-6). Este reino milenario traerá la salvación de Israel como nación (Ezequiel 37:21-22; Sofonías 3:19-20; Romanos 11:26-27) y el establecimiento de la paz universal (Isaías 11:6–7; Salmo 72:3–8; Miqueas 4:3-4).

Creemos que es esencial que todo creyente ponga un fundamento de la experiencia y verdad bíblica sobre el cual edifique su vida. Las piedras de este fundamento son: arrepentimiento de obras muertas, fe hacia Dios, doctrina de bautismos, imposición de manos, resurrección de los muertos y el juicio eterno. Todas estas piedras son prerrequisitos para la perfección (madurez espiritual) (Hebreos 6:1-2).

Creemos que cada cristiano es llamado y escogido en Dios para ser sacerdote ante Dios para ofrecer el sacrificio de alabanza (el fruto de los labios), dar de su tiempo y su fuerza, y contribuir posesiones materiales al servicio del Señor. Todos los creyentes han sido comprados con la sangre de Jesucristo y ya no pertenecen a sí mismos sino al Padre para ser usados para Su gloria. Como posesión del Señor, deben dedicarse a servirle a Él, encontrando su lugar en la iglesia, que es Su cuerpo, y ponerse a disposición al estar presentes cuando la iglesia se congrega, para que puedan ministrar sus dones y talentos para la edificación del Cuerpo de Cristo (Juan 15:16; Efesios 1:4-5; I Corintios 6:20; 12:18; Hebreos 13:15; I Pedro 2:5,9). Creemos que el propósito entero del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Por lo tanto, creemos en el acto de alabar y adorar a Dios con todo nuestro ser, como lo mencionan las Sagradas Escrituras. Además, creemos que el alabar a Dios es una forma de guerra espiritual (Salmo 149; 150; Marcos 12:29-31; Efesios 5:18-21).

La única esperanza que el hombre tiene para la redención es por medio de la sangre derramada de Jesucristo, el único Hijo de Dios. La salvación se recibe a través del arrepentimiento hacia Dios y la fe hacia el Señor Jesucristo. Por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, por gracia siendo justificado por medio de la fe, uno llega a ser heredero de Dios según la esperanza de la vida eterna. La evidencia interna de la salvación es un testimonio directo del Espíritu y prueba externa para todos los hombres de una vida de justicia y verdadera santidad (Lucas 24:47; Juan 3:3; Romanos 10:13-15; Efesios 2:8; Tito 2:11; 3:5-7; Romanos 8:16; Efesios 4:24; Tito 2:12).

La salvación es una palabra inclusiva, que reúne en sí todos los actos y procesos redentivos (a saber: justificación, redención, liberación, imputación, santificación, glorificación, etc.). Las palabras en hebreo y griego para “salvación” implican las ideas de liberación, seguridad, preservación, sanidad e integridad. La salvación es por gracia por medio de la fe, una dádiva gratuita y completamente sin obras humanas (Romanos 3:27-28; 4:1-8; 6:23, Efesios 2:8). La salvación queda en tres tiempos:

  1. La condición de salvación: La gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres por la predicación del arrepentimiento hacia Dios y fe hacia el Señor Jesucristo; el hombre es salvo por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, por gracia siendo justificado por medio de la fe, y llega a ser heredero de Dios según la esperanza de la vida eterna (Romanos 10:13-15; Lucas 24:47; Tito 2:11; 3:5-7; Efesios 2:8-9).
  2. Pruebas de la salvación: La evidencia interna al creyente de su salvación es el testimonio directo del Espíritu (Romanos 8:16). La prueba externa para todos los hombres es una vida de amor incondicional, justicia y verdadera santidad, demostrada por el fruto del Espíritu (Juan 13:35; Gálatas 5:22-23; Efesios 4:24).
  3. Resultado final de la salvación: El espíritu del creyente que muere en Cristo va inmediatamente a estar con el Señor (Eclesiastés 12:7; Lucas 23:42-43; II Corintios 5:8).

Se nos ha proporcionado la liberación de toda enfermedad por medio de la expiación y es el privilegio de todos los creyentes. La ministración de imponer las manos, acompañada por la unción con aceite para la sanidad de los enfermos, se otorgará a petición y cuando la necesidad lo requiera (Isaías 53:4-5; Mateo 8:16-17; Marcos 16:17-18; Santiago 5:14-15).

La santificación es el proceso por el cual, conforme a la voluntad de Dios, nos convertimos en partícipes de Su santidad. Se inicia en la regeneración y se realiza en el corazón de los creyentes por la presencia y el poder del Espíritu Santo en el uso continuo de los medios asignados, especialmente la Palabra de Dios, la introspección, la abnegación, la vigilancia y la oración (I Tesalonicenses 4:3; I Juan 2:29; Romanos 8:5; Filipenses 2:12-13). La santificación es un acto de separación de lo malo y una dedicación a Dios (Romanos 12:1-2; I Tesalonicenses 5:23; Hebreos 13:12). Las Escrituras nos enseñan de una vida de “santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:14). Por el poder del Espíritu Santo, podemos obedecer el mandamiento, “Sed santos, porque Yo soy Santo” (I Pedro 1:15-16). La santificación se realiza en el creyente cuando reconoce su identificación con Cristo en Su muerte y resurrección y por fe considera a diario la realidad de esa unión y ofrece todas las facultades continuamente al dominio del Espíritu Santo (Romanos 6:1-11, 13; 8:1-2, 13; Gálatas 2:20; Filipenses 12:12-13; I Pedro 15).

La seguridad de la salvación significa que usted, como creyente en Jesucristo, está seguro de que forma parte de la familia de Dios y por lo tanto tiene vida eterna. Dicha seguridad mira nuestra salvación eterna desde el punto de vista del hombre. El pasaje central es I Juan 5:13. Cada versículo claro acerca de la salvación, como Juan 3:16, enfatiza el fundamento para la seguridad ya que Dios cumple Su Palabra.

La seguridad eterna significa que cuando una persona cree en Jesucristo como su Salvador, nunca puede perder su vida eterna. La Biblia nos enseña claramente que, una vez que creamos en Jesucristo como Salvador, nuestro destino eterno es afianzado y seguro. Dicha seguridad mira nuestra salvación eterna desde el punto de vista de Dios (Efesios 1:13-14; Juan 10:27-30).

El servicio cristiano es servir a Dios y a los creyentes por el poder del Espíritu Santo, principalmente en el área del don espiritual de uno, con amor divino, permaneciendo en Cristo y para la gloria de Dios. Así se aplica y expresa la vida cristiana (Juan 15:1-5; I Pedro 4:10-11; I Corintios 12:4-7; I Corintios 10:31).

Creemos que las Escrituras enseñan que hay un solo y único Dios vivo y verdadero, autoexistente, el eterno “YO SOY,” el Creador de los cielos y la tierra, y el Redentor de la humanidad. Creemos que Él optó por revelarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en esencia aunque diferenciado en la personalidad (Deuteronomio 6:4; Isaías 43:10-11; Mateo 28:18-19; Lucas 3:22). Estos tres son un solo Dios, teniendo la misma naturaleza, perfección y atributos, y son dignos de la misma reverencia y obediencia (Marcos 12:29; Juan 1:14; Hechos 5:3-4; II Corintios 13:14; Apocalipsis 1:4-6).

Se administra el aceite de unción para la restauración espiritual y física con la imposición de manos de ser necesario (Marcos 16:18; Santiago 5:14). Si uno ha pecado contra Cristo o Su Cuerpo, tiene que confesar los pecados.

Dios otorgó al hombre la volición, el derecho y la habilidad de tomar decisiones, ya sean buenas o malas (Génesis 2:16-17; Isaías 1:16-20; Lucas 6:27; Juan 17:17; Hechos 17:27, 30).